Orgullo, prejuicio... y otras formas de joderte la vida by Marta González de Vega

Orgullo, prejuicio... y otras formas de joderte la vida by Marta González de Vega

autor:Marta González de Vega [González de Vega, Marta]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Romántico
editor: 13insurgentes
publicado: 2022-03-09T00:00:00+00:00


Llamo corriendo a mi madre. La batería me aguanta lo justo para que me diga que están en el Tanatorio Norte. ¡Mierda! Llevo el cargador en el bolso, pero ya no podré enchufarlo hasta que llegue allí.

Decido coger el metro. Como coja un taxi a esta hora, puedo estar atascada hasta mañana. Madre mía, pero qué más puede pasarme hoy. No me creo lo del tío Federico. No consigo procesarlo. Y lo peor es que acabo de enterarme de su muerte y solo puedo pensar en Felipe. En que a pesar de todo lo que he peleado por mi relación, no he sido suficiente para él.

Cuando llego a los tornos de la estación hay un metro en el andén. Si paso la tarjeta deprisa y corro mucho, todavía lo pillo. La coloco sobre el lector láser del torno y me lanzo contra la barra de seguridad confiada en que se abrirá, pero en vez de eso me empotro contra ella y se me clava en el estómago. No hay nada más doloroso y más desconcertante que toparte con una resistencia que no te esperas. Como cuando te lanzas contra una puerta de cristal pensando que está abierta. Uf. De todas las puertas que te cierra Dios en las narices, esas son las que más mala leche tienen.

El caso es que la dichosa barra no se mueve. Vuelvo a poner la tarjeta sobre el lector. Evidentemente, entre los nervios y las prisas, no la he colocado bien la primera vez. Vuelvo a lanzarme contra la barra y me la vuelvo a clavar. ¡Pero bueno, ¿qué narices pasa?! Veo que la gente cruza con toda normalidad por el torno de al lado, así que me cambio y repito la operación. Aunque esta vez estoy segura de que se abrirá, por si acaso, tiro de la barra con la mano antes de empotrarme contra ella. ¡Pero nada! ¡Tampoco se mueve! Me desquicio. No quedan más tornos. Ahora veo cómo la gente pasa sin ningún problema por el primero.

El metro que quería coger hace un rato que salió del andén, así que intento calmarme. Asumo que algo le pasa a mi tarjeta y me dirijo a la taquilla del encargado a ver si me lo puede solucionar. Es imposible que se me hayan agotado los viajes porque la recargué ayer mismo.

Cuando llego a la ventanilla, le planto la tarjeta en la cara y le digo:

—No entiendo qué le pasa a la tarjeta, que no me la lee.

El encargado la mira. Luego me mira a mí y sonríe. Entonces la miro yo y me doy cuenta de que llevo diez minutos intentando entrar al metro con la tarjeta de crédito. En ese momento, toda mi ira se convierte en vergüenza.

El hombre sigue sonriendo:

—La verdad es que yo siempre había creído que una Visa Oro debía abrirte todas las puertas —me dice.

Con la dignidad de la que soy capaz después del numerito que he montado, guardo la tarjeta en la cartera y saco la del metrobús.



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